La sirena. A.Tennyson:
Pero por la noche me imaginaría lejos, lejos,
dejaría que cayera a los lados mi cascada de rizos,saltaría con ligereza sobre el trono y jugaría
con los tritones entre las rocas;
correríamos de aquí para allá, escondiéndonos y buscándonos
sobre los altos y ondulados terrenos marinos en las conchas carmesí,
cuyas plateadas puntas se asoman al mar.
Pero si alguien se acerca gritaré
y como una ola saltaré desde las diamantinas cornisas
que sobresalen de la hondonada.
Porque a mí no me besaría cualquiera de los atrevidos y
alegres tritones del fondo del mar;
ellos me seguirían y me cortejarían y me halagarían
en el púrpura crepúsculo del fondo del mar.
Pero el rey de todos ellos sí que podría llevárseme
y cortejarme, ganarme y casarse conmigo,
entre las ramas de jaspe del fondo del mar.
Entonces todos los seres que están en los incoloros musgos
del fondo del mar, se enroscarán silenciosamente
a mi plateado pie, mirando hacia arriba, buscando mi amor.
Y cuando yo cantara alegremente desde lo alto,
todos los seres blandos, ahorquillados y con cuernos
se asomarían a la honda esfera del mar
y mirarían abajo buscando mi amor
(A.Tennyson)
Dido y Eneas. Pere Gimferrer:
[...]Y aún nos es posible cierta aspiración al equilibrio,
la pureza de líneas, el trazado de un diseño,
el olvido de la retórica de lo explícito por la retórica de las alusiones,
los recursos del arte (la piedra presiente la forma),
el recuerdo de una tarde de amor o un rezo en la capilla del colegio,
la vidriera teñía los rostros de un esplendor violeta,
naufragaban en la claridad submarina las hebillas de oro
de los caballeros,
todo en escorzo, la luz amarilla chorreando en las botas
y los cintos,
las cabezas extáticas, vueltas al cielo raso, porcelana de la tarde,
la quilla, los velámenes,
(qué costas y escolleras),
las islas, timonel,
en el viento nos llegan los cabellos de una sirena, las arenas doradas,
historias de hombres ahogados en el mar.
¿Qué costas? ¿Qué legiones?
(Pere Gimferrer)
Sirena. Claudia Lars:
Va sobre espuma alzada, casi en vuelo,
sin rozar el navío ni la roca
y la distancia abierta la provoca
un doloroso afán de agua y de cielo.
El canto suelto, desflecado el pelo,
de la tierra inocente, grave y loca;
encendidos los sueños y en la boca
la extraña sangre de una flor de hielo.
No es el tritón quien le transforma el pecho,
ni el querubín se inflama entre sus labios
para beber después llanto deshecho.
Un hombre, nada más... Con brazos sabios
la tiende sobre el peso de la tierra
y allí se arrastra dulcemente en guerra.
(Claudia Lars, de Sonetos)
La voz apenas. Alberto Angel Montoya:
[...]Pero la voz de esa mujer
era la única sirena
para el oído turbulento
en las sensuales odiseas.
Y me he quedado con la voz
de esa mujer -la voz apenas-
como se quedan los marinos
oyendo el mar desde la arena.
Cuán tristes son los marineros
que ansiaron muerte en la tormenta,
y junto al mar, un cualquier día,
la muerte encuentran en la tierra.
(Alberto Angel Montoya)
De pronto en una playa interminable. Miguel Arteche:
[...]
¿Quién eres tú, la que me canta?
Recuerdo ahora el mar. ¡El mar! Si yo pudiera
volver al mar a aquella playa
donde llovía siempre. Allá arriba las verdes colinas
y más allá la tierra escarlata, y la Gran Cordillera
que vigila volcanes, el viento que sopla desde allí,
y el cielo de cristal.
Nadie en las dunas.
La lluvia ahuyenta
y me deja solo en esta playa de pronto interminable.
[...]
(Miguel Arteche)
[...]
¿Quién eres tú, la que me canta?
Recuerdo ahora el mar. ¡El mar! Si yo pudiera
volver al mar a aquella playa
donde llovía siempre. Allá arriba las verdes colinas
y más allá la tierra escarlata, y la Gran Cordillera
que vigila volcanes, el viento que sopla desde allí,
y el cielo de cristal.
Nadie en las dunas.
La lluvia ahuyenta
y me deja solo en esta playa de pronto interminable.
[...](Miguel Arteche)

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